Un edificio es siempre mucho más que un recinto habitable. Desde la rupestre cueva hasta las instalaciones modernas, uno de nuestros primeros instintos ha sido el de guarecerse, y si fuera posible, encontrar tranquilidad en el proceso. Una pausa del mundo. Si nos ponemos psicoanalíticos, en el fondo se trata del regreso al útero materno, lo cual desnuda el profundo vínculo que tenemos con los espacios que luego convertimos en hogar.
Considerando que el 90% de nuestro tiempo hacemos vida en edificios, y que el 40% de nuestra energía global generada es consumida por ellos, es evidente que nuestra relación con los espacios cerrados no ha cambiado demasiado. En una ponencia TED, el ingeniero Frederik De Meyer, vicepresidente de Edificios Digitales en Siemens, se preguntaba qué pasaría si un edificio —a modo de casi un organismo vivo— «supiera» qué es lo que nos gusta como usuarios. Qué pasaría, por ejemplo, si adivinara de nosotros el nivel de iluminación, temperatura y humedad con los que nos sentimos protegidos y cómodos. Qué tal si un edificio es capaz de autorregularse en función de nuestras necesidades y de sus circunstancias externas.
De Meyer define entonces lo que a su juicio es un edificio inteligente:
- Aquel que se anticipe a cómo nos queremos sentir en tanto usuarios de la instalación: seguridad, iluminación, confort, calidad del aire, servicios, etc.
- Aquel que toma en cuenta la información externa a la instalación, como las circunstancias del clima en tiempo real o la movilidad para salir o llegar al edificio.
- Aquel que hace un uso óptimo de la energía, en calibración constante con lo que necesitan los usuarios.
Esta integración entre el edificio y sus usuarios, así como del edificio y sus alrededores, implica claramente una integración tecnológica, tanto de software como de hardware. Se trata, ni más ni menos, que de un intercambio constante de información entre entidades definidas que actúan, a su vez, como sistemas abiertos; en franca analogía con las células y órganos de nuestro cuerpo.
A nivel de software, conviene una plataforma CNMS integral, o sistema de gestión de mantenimiento, en donde el gerente de operaciones de la instalación pueda monitorear y administrar en un único dashboard el estatus de todos los activos.
En cuanto al hardware, conviene también una integración de los sensores. No sería eficiente depender de una pléyade de sensores, de diferentes proveedores, para medir diferentes variables, sino más bien evaluar la posibilidad de que pocos sensores capten y transmitan la información de varias de ellas a la vez; y que todas ellas se centralicen en el CMMS.
Habría que discutirlo con mayor detenimiento, pues lo que estamos observando en la tendencia actual es que mientras más smart es el edificio, mientras más avanzado es tecnológicamente, resulta más humano y personalizado. Por eso, en la gestión de instalaciones, nunca habría que olvidar ese principio arcaico que aún nos rige: que el espacio que habitamos es mucho más que un recinto. Es una extensión de nosotros.